"Extinción"
Un rayo de luz cruza el firmamento,
deja todo el cielo limpio, sin imágenes.
Solo hay luceros fríos que van huyendo.
Las estrellas tiemblan
y caen al inerte mar.
Es la última vez que el mar refleja la noche.
Olas tristes y aturdidas.
El mar tiene muerte en su fondo,
su color ahora es pálido,
corre ensangrentado
hacia la gran herida del ocaso.
"Desde la cumbre"
Viajantes de la corte celestial
Materias humildes dormidas en el espacio
Con corazones imberbes,
Brecha por donde se destila
La túnica de la agonía,
Lluvia escarlata y generosa
Sobre las hojas más sensibles
De los árboles
Sueño irrealizable
Sin sonrisa
Vida quebrada
Alma agrietada
Tu figura va a la cripta
Clara, refulgente
Y saldrá un ramo de ternura hacia el firmamento
Coronado de emociones y de inmensa tristeza.
"Viento"
Viento... Viento veleidoso!
Tan pronto arrulla apacible
como ruge enfurecido.
Él sabe hacerse brisa
para acariciar sensual
y volverse huracán
para azotar despiadado.
Hoy, viento caprichoso,
he seguido tu ruta,
lejos de la prosa asfáltica
de mi leprosa calle.
Te he visto peinar primoroso
el cabello azabache de esta niña
que contempla celosa
los rizos dorados
de una mar que se bebe
todo el sol deslumbrante
de una alborada azul.
Y te he visto embrujar a esa pequeña
enmarañando alocado
su luenga cabellera.
"Camino a la aldea"
Embrujado por la belleza de un paisaje ensoñador,
respiro sensual el aire puro
perfumado de aromas ignotos.
Escucho el gemido misterioso de los árboles del bosque,
sienten sus ramas el cosquilleo juguetón
de un vientecillo acariciante.
Camino por entre grutas de agudos dientes de perro,
de bocas iracundas, famélicas.
Las aguas de dorados riachuelos
discurren lentamente lamiendo con deleite
un limo verde con un tentador sabor a menta.
Vagan perezosas las reses a su antojo
por la extensa campiña.
A lo lejos yace la aldea acurrucada en el valle pacífico
donde la hierba despliega pródiga sus tonos de esmeralda.
La poesía luminosa, exuberante, de un entorno magnético,
se torna prosa negruzca y deprimente
en las humildes viviendas
de paredes hechas con troncos de vetusto roble
y tejado de paja mortecina,
sin pestillos en las puertas, sin troncos en las ventanas.
Las gentes se bañan de sol
con los postreros rayos del astro rey
que agoniza sangrante en un horizonte remoto.
Cuando la oscuridad engulla la última luz diurna,
encenderán sus arcaicas lámparas de bronce
y en el fondo de mis ojos surgirá
una fantasía de pequeñas lunas desprendidas del cielo.
La aldea se hunde en un silencio
picoteada por grillos noctámbulos y por pájaros insomnes,
ahogada en la noche de oscuridad perenne.
Los campesinos duermen y seguirán durmiendo,
anestesiados en una inmovilidad que aniquila sueños
y transforma ilusiones en quimeras imposibles.